CUENTO
Doctor, salve a Tomito
Cuando Laureano murió, la casa cayó en esa consternación propia del silencio y las ventanas cerradas. La mujer y la hija se refugiaron en el llanto, como un escape, como queriendo mantener la vida encauzada en el dolor y el respeto que merecía el difunto.
Y en medio de ese silencio rebuscado, resaltaba más aún la ausencia del querido padre y el buen marido. Se acabaron ya los gritos y las protestas por el bife duro, por las camisas mal planchadas, los habituales comentarios sobre los precios altos o el análisis repetido del presupuesto familiar. Pero como una decantación del respeto, se olvidó lo que disgustaba y quedó en el aire de la casa el firme deseo de no nombrar al muerto, para no recordarlo, como queriendo no ocasionarse dolor –ni la madre a la hija, ni ésta a aquella. Y con esa conducta pasaron los días y vinieron las visitas trayendo el recato y la piadosa actitud de la solidaridad. Pero no sé cuál de las dos empezó con eso de:
-¿Viste Tomito? El ya no está más. Y Tomito con esos ojos de inocencia, gemía con un gesto de comprensión.
No faltaba oportunidad para hablarle a Tomito, cuando tenían que decirse algo relacionado con el difunto. Sin saber porqué, lo fueron usando como un puente, como un medio para volver a hablarse.
-Ya no está más Laureano, Tomito.
-Laureano a esta hora venía con el diario bajo el brazo y el hambre de la calle. –Decía la madre.
-Sí Tomito –contestaba la hija- él siempre venía con hambre.
Esa suerte de conversaciones, poco a poco fue recordando sus costumbres, sus manías y rezongas, y las cotidianas actitudes.
Pero siempre era así: la madre cuando tenía que decirle algo a la hija hablaba dirigiéndose a Tomito, y a su vez, la hija le contestaba también dirigiéndose a Tomito. La nueva relación entre madre e hija se fue haciendo hábito. Cada vez lograban una mejor comunicación entre ellas, pero con el tercero de por medio, que solo gemía de vez en cuando. Era como si Tomito se dejase usar posibilitando la permeabilidad de los mensajes.
Una vez, (tampoco sé bien cuál de las dos empezó), comenzaron a pedir a Tomito que llevara la toalla a Laureano que se iba a bañar. Y alcanzándosela a Tomito, este la llevaba entre los colmillos arrastrándola sobre el piso y la depositaba, como antes, en la puerta del baño, profiriendo un corto ladrido. Entonces se producían diálogos así, o parecidos:
-Trae las zapatillas a Laureano, Tomito. Y allá iba el perro con su cachaza a buscarlas.
El pobre Tomito estaba muy viejo. Así fue como un día, quizás cansado de la complicidad de representar para las mujeres esa pantomima de la existencia de Laureano, terminó por enfermarse del todo. Al advertirlo, las mujeres se desesperaron...
Tomito era el único lazo de unión entre ellas y Laureano. Solamente Tomito había conocido a Laureano tanto como ellas. El muerto lo había traído a la casa cuando era sólo una bolita de pelos y le había enseñado todo lo que ahora tenía que representar. La vejez y los achaques fueron encerrando a Tomito en una actitud de haraganería y mal humor que terminaron por hacerlo renegar de la mentira de alcanzar cosas para un amo inexistente.
Las mujeres no querían que muriera el médium entre ellas y el difunto y pidieron al veterinario que le salvara la vida.
Pero Tomito murió aquella mañana, y el doctor se lo llevó. A la semana, Tomito regresó a la casa. Si bien presentaba cierta rigidez, fue ubicado sobre el hogar. Desde allí, volvió a ser el médium para que hablaran entre sí las mujeres, comunicándose a su vez con el difunto.
-Tomito, ¿viste que película dan hoy por el trece? La reina Africana, la que le gustaba a Laureano... ¿Julia la querrá ver?
-Tomito, decile a mamá que yo quiero ver El Show de Benny Hill.
Cuento del libro inédito "ZANGAMANGA"(1982/1985) del Capítulo Bajo el 1º Paraguas
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