Cuento
Desde todas las direcciones llegaban hombres y mujeres al parque con el pintoresquismo de sus ropas informales. Traían ocultas sus armas, utensilios y municiones de colores. Venían solos, en parejas y en grupos, perfumados de óleo-laca-trementina. Mostraban pelos largos: trenzas y barbas, pareciéndose entre sí, en los alegres contrastes de sus ropas y en la algarabía desatada.
El parque se fue poblando con ellos. Caminaban casi danzando, con los brazos extendidos y levantados, cruzando el índice con el pulgar de ambas manos. Repitiendo la mímica una y otra vez, mientras buscaban encuadres donde centrar la actividad. Saltando de un rincón a otro del parque fueron tomaron posiciones, entre los árboles, sobre los caminos del paseo y, armados de pinceles, arremetían contra los bastidores recién ubicados en caballetes. Con sus telas blancas, como escudos, enfrentaban el parque con decisión. Otros, sentados en el césped, con superficies planas sobre las piernas, manchaban de colores los bocetos dibujados con carbonilla.
¡Ellos contra el parque, librando un desafío creativo: copiarlo, cambiarlo, recrearlo! Unos pocos, alejados del frente activo –solitarios- iluminaban el paisaje con sus suaves acuarelas humedecidas de luces y colores.
Lentamente comenzaron a teñir el cielo del lugar con grises o azul celestes, la tierra con marrones y terracotas. Con sienas, rojos y ocres los caminos y con infinidad de verdes las gramillas. Con poder de síntesis rediseñaban los árboles, reubicándolos entre objetos, atentos a su propia configuración de las escenas. Una multiplicidad de hojas que se arremolinaban sobre los jarrones del sendero principal era resaltada con toques de flores. Las perspectivas fueron modificadas. Afanosos trabajaban con diversos puntos de fuga y con trazo seguro multiplicaba los bancos, los árboles y los canteros. Enderezaban los sinuosos caminos, mostrando detalles ocultos, mientras forjaban las verjas lindantes, retorciéndolas a gusto. Quienes se ceñían a la realidad, calcaron sobre sus telas las dimensiones y formas reales, yuxtaponiendo colores, creando vibraciones y texturas, atrapando el paisaje en los espacios que trajeron vacíos.
Los pintores habían encontrado un dominante que actuaba como ordenador, permitiéndoles el encuentro y la acción; El concurso de manchas en el parque. Los referentes, el cielo, la tierra, la vegetación, los caminos, las fuentes, las escaleras, la quietud del lugar y la figura humana, le daban significación a las obras. Una tarde diferente en el parque de la ciudad: ¿El parque en la ciudad? ¿Los pintores de la ciudad en el parque? La naturaleza se recomponía según el enfoque intelectual de los artistas.
Los trazos (ejes imaginarios y formas contenidas) lo cruzaron todo. Lo recortaron en rectángulos y cuadrados, variando la intensidad de los planos, llenándolos de matices nuevos. Volcaban entusiastas sus tendencias a la transformación, al cambio, tamizando vivencias y realidades, cambiando la atracción y la tensión de las perspectivas del parque. Atrapaban en las redes de sus telas lo que tocaban con la gracia del pincel, de la carbonilla, del pastel o con las espátulas. La visión del paisaje y su atmósfera natural se replanteaba rápidamente en sus telas y cartones.
Jugaron embelesados a la creación, recreando lo creado. Así fue que le crecieron alas a las estatuas, olivos a las manos de los niños, ramos de flores a las parejas, ruedas y motores a los objetos allí dispersos. Convirtieron los bancos en camas abrazadas de amores y de blondos almohadones. Los bebederos como fuentes mágicas elevaban chorros brillantes e iridiscentes, bañando de agua el lugar y, a las sorprendidas personas que paseaban por el lugar. Las gamas de colores variaban, las texturas también, siendo alteradas por la ansiedad de la lucha. Luces y sombras, en las figuras. Color contra color, los pintores y el parque vibraban.
El paseo se diluye como visión fragmentada y blanda, casi daliliana quedando ahora suspendida en caballetes y atriles o sobre los tableros planos de los artistas. Después de la invasión de los aprendedores del paisaje, el lugar ha cambiado.
Los intelectuales del arte, galerístas y críticos, desarrollaron las reglas del mercado de las pinturas: Puntillismo, cubismo, impresionismo, expresionismo, futurismo, hiperrealismo, abstracción, nueva figuración. Todos los istmos de la plástica estaban en los espacios invadidos. El colorido accionar de los pintores cambiaba la geografía del lugar; los escalones aparecen y desaparecen, el agua de las fuentes con sus impulsos han desbordado tiñendo en su latir a los artistas, salpicando con la lucha sus ropas, sus dedos, sus caras, sus zapatillas, con colores primarios y secundarios, pareciéndose así, a los arlequines de Picasso, a las muchachas de Cavalcanti. Los pintores penetran paulatinamente en la naturaleza encerrada en el parque, a través de los sinuosos caminos de la imaginación.
Con sus trabajos terminados, han tomando el parque, a través de la luz de sus percepciones. Las galerías de arte de la ciudad los esperan.
El sol cae, la luz se va extinguiendo poco a poco, señal propicia para los artistas que guardan presurosos las armas y los utensilios. Abrazados a sus preciosos trofeos van desandando el camino. Arlequines y muchachas multicolores, bufandas abrigadas dentro de los pelos y bajo las barbas, sonrisas y miradas, entorno a conversaciones con temas en común.
En su retirada, se llevan sigilosamente el parque, recortado y fraccionado, atrapado para siempre sobre sus telas. Eufóricos con el triunfo, olvidando ya el inquietante blanco inicial de la jornada, los más audaces o talentosos, se llevan un gran cuadro, los iniciados, pequeñas superficies. La naturaleza ha sido profanada por los pintores que ahora van camino al centro de la ciudad, para mostrarlas en las galerías como un espacio propio, cargado de vanidad creadora. El Parque Lezama ha desaparecido, ahora, nada queda, solo el blanco vacío.
Copyright Norberto Álvarez Debans
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