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sábado, 12 de julio de 2008

El Armatoste

Por Norberto Álvarez Debans
 

CUENTO
 
Era una cosa de locos el armatoste. El joven Coqui siempre soñó con hacerlo. Un buen día, la fiebre de la creación desatada en él, entonces; La loca carrera dirigiéndose al baldío. Allí, entre el pastizal y las basuras lo construyó. A primera vista no se parecía a nada conocido. El humilde Coqui apareció sobre el medio día, en la calle principal de Paraná, esquivando autos y peatones. Casi no se lo veía, oculto como estaba dentro del armatoste. Se lo había calzado a la altura de la cintura, se apreciaba algo como un enorme fuselaje de avión, que colgaba de sus hombros sostenido con unos viejos tiradores. Solo le dejaba libre la cabeza con su cabellera desgreñada, las piernas velludas, y sus pies, calzados con zapatillas rojas sin cordones. Parecía que las iba a perder en cualquier momento, mientras corría a los saltos balanceando el armatoste. A la altura de los hombros tenía adherida un par de alas, una salía recta hacia un costado, como la de un avión y la otra, apuntaba hacia arriba, con bordes ondulados, como la de una mariposa, a las que inflingía torpes movimientos con sus brazos levantados.

¡La algarabía que produjo el Coqui con el armatoste, en pleno centro de la ciudad! Era casi increíble verlo así, en esa situación. Bocinazos, frenadas bruscas, gritos y corridas de la gente. El, indiferente, más bien se lo veía feliz con su locura. De pronto, advirtió un espacio libre en el tránsito delante de él, y con nuevos bríos emprendió una carrera brincando con trancos largos, aullando como un lobo, quizás imitando un motor, mientras hacía flamear el ala y la vela; Una sube, la otra baja, ambas bajan, ambas suben, torpes y desparejas. A los costados, en la vereda y detrás de él en la calzada, se habían congregado un enjambre de chicos, mofándose y arrojándole piedras, mientras lo alentaban burlonamente: ¡Volá! Coqui. ¡Volá! ¡Volá! ¡Volá!

Pobre Coqui, las frágiles cañas y las viejas maderas junto con los retazos de trapos de diferentes colores, anudados entre si y que pretendían dar forma de avión al armatoste, comenzaban a desprenderse. El cansancio del Coqui, jadeante y sudoroso, se hacía evidente, Sin embargo, pareciera que lo impulsaban a acorrer más, más y más entre el tráfico, mientras sorteaba los autos. Se notaba que había cambiado el ritmo del aleteo, por movimientos más bruscos y grotescos. El Coqui, era bastante delgado, parecía débil, a simple vista. Se cayó dos o tres veces, en medio de la calle, levantándose rápidamente en su afán por volar. La cola del fuselaje, hecha de palos de escobas y cartones, amenazaba con desprenderse. De pronto, el armatoste comenzó a elevarse lentamente, primero sobre los coches, luego, más y más arriba, hasta volar, sobre los techos de los viejos edificios.

Loa conductores de los vehículos, ya fuera de ellos y el numeroso público, miraban hacia lo alto, boquiabiertos, incrédulos y sorprendidos, por la hazaña. Poco a poco se les fue borrando las sonrisas burlonas de sus rostros y se izo un prolongado silencio,.. ante el estupor de lo increíble.


Mientras tanto, la primitiva figura del armatoste con el Coqui adentro, aleteando débilmente, sin sus zapatillas, con los pies desnudos, se desvanecía en el cielo azul de Paraná. En la calle quedaron esparcidas sus viejas zapatillas rojas, desteñidas y sin cordones. Poco a poco los automóviles comenzaron a moverse, esquivandolas cuidadosamente para no pisarlas.

Cuento del libro inédito: Pájaros volados" Cuentos breves. (1985-1987)


Referencia:“El Coqui” era un muchachito humilde que poco a poco fue enloqueciendo y que viviera en la ciudad de Paraná, Entre Ríos. Solía parar en la puerta del Bar Florida, frente a la Plaza de Mayo. Era muy pacífico e imaginativo, sus conversaciones, oscuras, inconexas, siempre versaban sobre Kin Kong que lo fascinaba. Al otro día, después de esta historia de la que fui testigo, se publicó en el Diario La Acción la noticia, en primera plana y fue muy comentada. A partir de este hecho, nunca más se volvió a ver al Coqui en la ciudad.

Copyright Norberto Alvarez Debans

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