de las series: Ojos, Mándalas y Abstracciones. Inauguración 21 de setiembre de 2012, según se detalla en las invitaciones.
Por razones de organización, si desea asistir comuníquese por teléfono o por e-mail, para inscribirse en la lista de posibles visitas. Solo podrán acceder los que estén en la lista. R.S.V.P.
Comentario sobre la Exposición de Daniel Omar Stchigel (*)
El psicoanalista francés Jacques Lacan, hablando de
los objetos perdidos que creemos recuperar en el instante del enamoramiento,
mencionaba dos que nos sorprenden: la mirada y la voz. La mirada que nos mira,
la mirada como una entidad autónoma que no le pertenece a nadie, que circula,
que nos conmueve y nos aterra, esa mirada que cae sobre la mujer que deja de
comer porque teme verse gorda, esa mirada que, como decía Sartre, nos revela la
presencia del otro, es lo que nos presenta Norberto Álvarez Debans en su
desnudez.
La mirada nos dice “tú eres eso”, tú eres lo que yo
veo, y no me ves desde donde yo te veo. Es como si Norberto nos mostrara ese
ojo del pintor que nos mira para retratarnos y así robarnos el alma, como
decían los indígenas que les hacían al tomarles fotografías. Ese ojo que
Velázquez no nos presenta en las Meninas, pero que adivinamos en el lienzo que
él mismo sostiene, creándonos una ventana y mostrándonos otra ventana dentro de
ella, la verdadera, la del cuadro que él está pintando desde otro lado, desde
donde nos mira, sin que sepamos dónde.
Ese ojo de Norberto tiene los colores planos de
todos sus cuadros, es una mancha la que nos mira, su humanidad va aumentando a
medida que nos perdemos en el negro de esa pupila que es un agujero, mirada que
nos amenaza, que nos come, como cuando una mujer dice de su hombre “me come, me
desnuda con su mirada”. Por algo Dios es representado como un ojo dentro de un
triángulo. Es el ojo inhumano del geómetra que diseña el mundo, como Norberto
diseña sus cuadros, sus cuadros abstractos, planos, geométricos, de vivos
colores, que nos dicen yo soy un cuadro. Y sin embargo, está la humanidad de
esa pupila negra, sólo cortada por el punto blanco que refleja la luz que lo
ilumina, la luz que se cae adentro como en un agujero negro. Que no nos engañen
los colores de alrededor, del alrededor cubista de la ceja y el párpado, del
alrededor impresionista del color del iris, ese iris arcoíris, ese iris
iridiscente. Ese ojo es expresionista en su negro con punto blanco.
¿Qué es ese ojo que nos mira? Es la mirada del
otro, como decía Sartre, esa que nos hace vergonzosos, orgullosos, pero, no
importa, nos hace, nos hace ser, ser eso que somos para el otro. La mirada que
nos mira nos petrifica, nos paraliza, nos reduce a cosas. “Tú eres eso que yo
miro”. ¿Cómo puede hacer eso un ojo que no es más que una mancha de pintura en
una tela? Inevitablemente, pienso en Juanito, el niño fóbico, que les teme a
los caballos. Pero lo que lo angustia es la mancha que en el caballo lo mira,
mancha negra como una pupila, que nadie ve, salvo él y el Doctor Freud. Freud
la ve en la barba del padre de Juanito. Sin embargo, esa es una interpretación,
es decir, un reenvío al padre. ¿No será la mirada que lo paraliza la mancha
negra en el pubis de su madre, que le habla de lo que no hay, de la falta, esa
falta negada, renegada, rechazada por imposible, por aterradora? Son los bordes
del cuerpo los que hacen circular los objetos que se nos caen del cuerpo.
Norberto nos muestra que el arte puede algo que
parece imposible: hacer que el objeto perdido sea visible. Norberto nos
muestra, como es posible mostrarla, como es casi imposible mostrarla, la pura
mirada de la madre, la mirada del amor y del deseo, la mirada del goce, en
resumen, la mirada que estaremos buscando toda la vida en alguna otra mirada.
(*) Daniel Omar Stchigel
Dr. en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires
(UBA).
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