Cuento
Aquella tarde, víspera de fiestas, salí de la agencia más temprano de lo habitual. No había estado bien en todo el día. Sentía ganas de estar solo, conmigo mismo, en contacto con la naturaleza. Sin ese entorno de gente, problemas y encierro. Había sentido frío, a pesar de la calefacción.
El sol, como encauzándose por la calle, producía destellos en los vidrios de los edificios, detrás de los cuales se iba escondiendo lentamente. En su desplazamiento, los automóviles reflejaban la luz en sus cromados y vidrios traseros, dinamizándola, y marchaban como huyendo del sol hacia Retiro. Las sombras se estiraban lánguidas sobre el pavimento, efecto de la iluminación rasante sobre los objetos. Mientras caminaba, sentía que mis tensiones se relajaban, percibiendo la respiración acompasada, profunda, ejercitada de ex profeso. La pequeña nube de vapor que me acompañaba por momentos, se iluminaba grotesca y misteriosa sobre mi cara. Tenía la impresión de caminar por un callejón sin salida. A medida que avanzaba, se hacía más y más notoria esta sensación de entrar en otro lugar. Me parecía percibir menos ruidos, como si el murmullo de la calle se silenciara.
A veces me asombran estos procesos mentales, propicios para acondicionarnos a fastidiosos errores en la percepción del tiempo y las situaciones. Sin embargo, era consciente de que no podía ser así... no se trataba de un callejón sin salida, de eso estaba seguro. Por otra parte, ya se divisaba a media cuadra la plazoleta que está frente a la Cancillería y más adelante, entre los árboles, la estatua de San Martín. Deseé caminar más rápido, quería estar en la plaza -ese era mi destino- y cuanto antes, mejor.
Apenas terminaba de cruzar Esmeralda, vi que doblaba -viniendo de la calle Basavilbaso- una elegante viejita Se acercaba en sentido contrario a mi, lo que me permitió observarla. Vestía un largo tapado, bastón, y una cartera pendiente de la mano izquierda. Avanzaba decidida, moviendo acompasadamente el bastón y pendularmente la cartera. Miraba el piso al andar, imbuida en sus pensamientos. Quizás muchos años atrás...
Me llamó la atención la hermosa iluminación que le confería el sol al caer. Blanqueaba su rostro y su cabello, que lucía recogido hacia atrás, algo suelto sobre la cabeza. Una brisa movía caprichosamente un mechón sobre la sien. Sus piernas, blancas, por efecto de las medias y la luz. El tapado, la cartera y su bastón, negros. Con sus pasos, movilizaba el brillo de los zapatos, inquietando la escena.
¿Cuántas veces habrá hecho este camino, cuántas veces habrá pasado por la Cancillería?, - Pensé.
A medida que la observaba, comenzaba a percibirla diferente, como si estuviera mucho más cerca de mí. Casi podía respirar su agradable perfume, su atmósfera...-¡Qué extraño!, nos separaba más de media cuadra. -Estaba lejos, aun no había pasado esa columna ornamentada del alumbrado. Esa era la realidad; sin embargo, podía percibir su respiración. Cuando levantó la cara, pude ver sus ojos claros,.. -Desteñido cielo de tiempos y visiones. -Imaginé.
Con el balanceo, su cartera desprendía desde sus herrajes reflejos dorados que herían mis ojos. Tuve necesidad de cerrarlos y restregármelos. Cuando recuperé la visión, la vi en medio de una nebulosa, confundida su figura con el vapor de mi respiración. Allí observé su imagen,.. cómo perdía pie y caía. Su bastón saltaba de su mano derecha, quebrándose, mientras ella quedaba de cara al piso en la salida de la Cancillería. Lentamente giraba su cuerpo para quedar de costado, mirándome.
Sin embargo, la viejita seguía caminando hacia mí, con el mismo ritmo y la gracia con que la descubriera; pausado el andar, esbelta y segura. Ya más cercana, presentía lo que había sido una hermosa mujer; veía su rostro joven y su figura vestida con un trajecito color beige, vivos en pana marrón y su cartera al tono. El cabello castaño, recogido, desprendido un mechón sobre la sien. Elegante y distinguida, me miraba sonriente, mientras balanceaba su paraguas marrón, con destreza y picardía.
¿Se deformaba o confundía en mi mente la realidad? A pesar de la indagación, tuve el presentimiento de que todo esto ocurría. Fue como un relámpago; ¡Lo supe con certeza! Impulsado no sé por qué fenómeno sensorial, apuré el paso, casi corrí... ¡Ya era tarde! La viejita caía sobre la explanada del edificio, calcando la figura de mis pensamientos, delante de mí, exactamente igual. Mientras me acercaba temeroso, alcé su bastón partido en dos. Arrodillándome a su lado -con elaborado respeto- vi sus ojos celestes. Me miraba con asombro, como extasiada, quizás por el encuentro, o por el dolor. Percibí el recuerdo de un viejo amor...
-¿Se golpeó?, atiné a preguntar.
-¿Dónde estabas José María?... ¡Tantos años!, ¿Cuándo volviste?
-Y balbuceando, como pensando en voz alta, prosiguió:
-¡Qué casualidad!, ¿te acuerdas cuando me conociste aquel ocho de julio, yo había estrenado ese trajecito beige que tanto te agradó después; -Sonriendo continuó; -¿Te acuerdas José María como me ponderabas los ojos?, salías de la Cancillería, regresabas de Inglaterra, para las ceremonias del nueve de julio...
¿Y el paraguas? -Inexplicablemente quiso saber.
-El paraguas se rompió, le respondí… Creo que ya no me escuchaba.
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Del libro inédito, "Zangamanga". Copyright Norberto Álvarez Debans
1 comentario:
Muchas gracias por tu comentario!
Destaco tu trabajo de los colores... me interesan mucho.
Yo desde algunos años dedico gran parte de mi vida a la pintura. Y actualmente me inicie en el arte de la orfebreria.
Me entusiasma la idea de desarrollarme con el fin de fucionar ambos trabajos.
Mucha suerte y unas felices fiestas.
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